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Liberalismo y romanticismo. Algunos nexos comunes y una síntesis heterodoxa (página 2)



Partes: 1, 2

 

El Liberalismo.
Orígenes de un impulso ideológico

Tal vez lo primero que hay que señalar a la hora
de hablar acerca del liberalismo versa sobre la curiosa
aparición del término en la historia del pensamiento
político. Si uno está tentado muchas veces a
denominar liberales a autores como John Locke,
Montesquieu,
Adam Smith o
Kant, no se puede
olvidar que estos nunca se vieron a sí mismos de ese modo.
Hubiese sido imposible, ya que ni el término ni su
significación esencial se manejaban por entonces. El
liberalismo — como término político—
aparece a comienzos del siglo XIX, justamente en el apogeo del
movimiento
romántico, e irá constituyendo su significado
básico al ubicarse como una alternativa política tanto al
republicanismo o democratismo radical que se identificaba con el
fracaso jacobino, como contra las restauraciones absolutistas que
siguieron a la derrota de Napoleón.

El adjetivo liberal entra a formar parte del lenguaje
político con las Cortes Constituyentes de Cádiz
entre 1810 y 1812, que continuaron la guerra contra
la invasión napoleónica y establecieron un
régimen constitucional en España de
inspiración ilustrada. Fernando VII, tras volver al trono,
suprimió la constitución y estableció su
monarquía absoluta. "Alred edor de 1820, el
término liberal comenzó a circular en Europa (en la
versión francesa libéraux o en la
española liberales) para referirse a los
españoles rebeldes de la época. Hasta mediados del
siglo XIX no fue aceptado en Inglaterra como
inglés
y digno de elogio" (Sartori, 1988:449).

Para Giovanni Sartori, aunque el discurso
liberal ha sido el impulso ideológico más
importante de la civilización occidental durante los
últimos cuatrocientos años, la denominación
(el nombre abstracto) se implantó unos tres siglos
después de la aparición de la propia doctrina
liberal, la cual promovía la supremacía de la
ley y el Estado
constitucional. Así, paradójicamente, en algunos
países — p. e. Alemania— la gente empezó a hablar de
liberalismo cuando había dejado o estaban dejando de ser
liberales.

En otros lugares, especialmente en Estados Unidos,
la palabra liberal no llegó nunca a ser un término
con historia y contenido (Ibíd.:449).

A nuestro juicio, el rastreo histórico de Sartori
de la doctrina liberal confunde algunos aspectos, pues no se
puede entender la aparición y el sentido esencial del
liberalismo — como alternativa política— antes
de la experiencia jacobina. De hecho, la búsqueda de un
Estado
constitucional, donde el gobierno se
sujeta al imperio de la ley, ya era una bandera republicana
contra las monarquías absolutas o cualquier tipo de
gobierno despótico. Así lo fue en la independencia
norteamericana y en la Revolución
Francesa.

En este sentido, el liberalismo no podía
aportarle nada al ideario político republicano. El
liberalismo sólo pudo encontrar su camino singular
después de que los jacobinos aportaran su perspectiva al
ideal de la voluntad general y del imperio de la ley. Entonces
surgió la necesidad de diferenciar la libertad de
los antiguos de la libertad de los modernos, Locke de Rousseau, el
burgués del ciudadano. De hecho, el panfleto liberal por
excelencia sigue siendo la conferencia que
Benjamin Constant pronunció en el Ateneo de París
en febrero de 1819.

Pero las vicisitudes históricas del
término sólo nos interesan en tanto que sirven para
esclarecer algunos aspectos fundamentales de la doctrina liberal
relacionados con la tolerancia y la
diferencia, cuestiones que se entienden mucho mejor si nos
percatamos de su relación con el contexto del movimiento
romántico:

a) El elemento definitorio básico del liberalismo
es su defensa constante de la persona contra la
influencia y el poder
coercitivo, ya sea del Estado, ya sea de la sociedad. Por
ello se recalca la necesidad imperiosa de defender un espacio
privado para el desarrollo de
la individualidad.

Luego del famoso trabajo de
Isaiah Berlin, ‘Two Concepts of Liberty’, esta
idea se relaciona con un concepto de
libertad negativa, que busca proteger un ámbito en el que
las personas pueden hacer lo que ellas quieren, sin interferencia
por parte de otras. Así, por ejemplo, se puede ver a Locke
trabajando sobre la fijación de límites al
poder arbitrario de los gobernantes y a Stuart Mill luchando
contra la opresión de las mayorías, la opinión
pública o cualquier otra influencia generalizadora de
las voluntades personales.

Sin embargo, la misma intuición fundamental puede
definirse de una manera positiva.

En palabras de Carlos Nino (1991:135), el liberalismo
defiende el "principio de autonomía de la persona", el
cual prescribe que siendo valiosa la libre elección
individual de planes de vida y la adopción
de ideales de excelencia humana, ni el Estado ni los demás
individuos deben interferir en ello, limitándose a
diseñar instituciones
que faciliten la persecución individual de esas elecciones
y la satisfacción de los ideales de virtud que cada uno
sustente e impidiendo la interferencia mutua en el curso de tal
persecución.

b) En directa vinculación con este respeto al
principio de autonomía de la persona, el liberalismo
entiende que su doctrina promoverá la existencia de nuevas
identidades sociales, que seguramente se autoafirmen,
diferencien, e incluso contrapongan. Esta diversidad y disenso no
se entienden como un mal sino, todo lo contrario, como un
bien.

La individualidad, tanto de los distintos individuos, de
los grupos o de las
naciones, tiene derecho a la libre
manifestación.

Las propuestas liberales — en origen—
afirman, por tanto, que el disenso y las "partes" (que muchas
veces se convirtieron en partidos) no son incompatibles con el
orden social y el bienestar del cuerpo político. Sartori
(1988) sostiene que "la génesis ideal de las democracias
liberales se halla en el principio de que la diferencia, no la
uniformidad, es el germen y el alimento de los Estados — un
punto de vista que se afirmó a continuación de la
Reforma después del siglo XVII— (…) En
términos generales, hasta el citado siglo, la diversidad
era considerada fuente de discordias y de desorden, causante de
la caída de los Estados; y la unanimidad, el fundamento
necesario de toda comunidad
política. Desde entonces fue imponiéndose la
actitud
opuesta y la unanimidad comenzó a considerarse sospechosa.
El sistema
político moderno y liberal se construyó sobre
la base de una concordia discors, de un consenso del
desacuerdo".

c) La originalidad de esta concordia discors
puede comprenderse mejor si observamos cómo la construcción de las sociedades
occidentales modernas, estructuradas por las victorias políticas
liberales en sus sistemas de
derecho, tuvo más que ver con la creación de
posibilidades de "salida" que con la defensa y promoción de mecanismos de "voz" (Michael
Walzer, 1996).

Estos dos términos, que Walzer toma del
economista Albert Hirschman (1977), distinguen dos tipos de
estrategias entre
las que un agente puede optar para enfrentar una situación
que considera opresiva en sus lazos con los demás. La
"salida" se refiere al abandono del prójimo, a
desvincularse de la relación con otra persona, a evadirse
de su influencia negativa. Para ser gráficos, en el paradigma de
la libertad económica, por ejemplo, un consumidor
insatisfecho con un oferente utiliza el mercado para
defender su bienestar desvinculándose y recurriendo a
otros oferentes.

En oposición, la alternativa de la "vo z" para
emanciparnos de tal situación opresiva se realiza por la
expresión de nuestras opiniones desfavorables hacia tal
estado de cosas, por la petición de un cambio de
rumbo a los demás involucrados en la relación. Los
ejemplos, que se asocian mucho mejor con las instituciones
políticas por excelencia — asambleas, juntas o
congresos— , pueden abarcar el amplio espectro que va del
diálogo a
la protesta, pasando por el debate y la
discusión.

Walzer señala con lucidez que gran parte de la
novedad del discurso liberal se relaciona con defender los
derechos a la
privacidad, la separación, el divorcio, el
replegarse, la soledad, la apatía política; todos
mecanismos de salida. De hecho, existe en el pensamiento liberal
una valoración, si no negativa, por lo menos
escéptica de las relaciones entre las personas; algo
así como una antropología pesimista — o si
prefiere, realista— que resalta los costos
intrínsecos en el establecimiento de los compromisos entre
ciudadanos. En tal aspecto, la confianza en el diálogo y
la estimación de la deliberación pública
diferencia a la tradición política liberal de la
tradición republicana [3].

Podemos comprender, en consecuencia, que para la
tradición liberal la realización de la libertad y
la búsqueda de la felicidad se expresan mucho mejor en la
capacidad para deshacernos de los perjuicios implícitos en
los condicionamientos de los otros que en cualquier otro
fenómeno humano. "El liberalismo es mejor comprendido como
una teoría
de la relacionalidad que tiene a la asociación voluntaria
como centro y que entiende la voluntariedad como el derecho de
ruptura o retiro" (Walzer, 1996).

Conclusión. Invitación
para una
síntesis
heterodoxa

Relacionar el romanticismo con
el discurso liberal nos puede servir para articular muchas de las
intuiciones normativas que, todavía hoy, sirven de
criterios reguladores en las discusiones morales y
políticas que mantenemos en nuestras sociedades. La
protección de la capacidad de elección de cada ser
humano, sus inquietudes íntimas para experimentar
direcciones nuevas e inexploradas. El valor de
promover la mayor variedad de posibilidades de vida, la
diferencia y la tolerancia. Señalar que no cualquiera
tiene condiciones ni puede sentirse con derecho a juzgar o tratar
de influir sobre las decisiones de otro. Incluso, la
intuición de que no siempre es recomendable buscar un
consenso o un punto de vista imparcial y unánime. Son,
todas y cada una, razones a las cuales apelamos u oímos
apelar de continuo.

Sin embargo, creemos que hay que ser cautelosos con
algunos lugares comunes románticos y liberales.
Escondemos en nuestros corazones infinidad de héroes
dandys, beatniks, hippies, genios de la
poesía
y la música
de las más estrafalarias tribus. Se mezclan en nuestra
cabeza cientos de sueños en favor de rebeldías,
minorías… ¿Pero cuánto ayuda a resolver
nuestros problemas y
conflictos
diarios la tendencia liberal a priorizar mecanismos de "salida" y
diferenciación? ¿Esto es lo único a lo que
podemos aspirar cuando hablamos de reconocer el pluralismo y
promover la tolerancia? ¿Acaso no existe el peligro de
caer en una defensa irracional de la diferencia que disuelva el
carácter igualitario que debe tener
cualquier orden social legítimo, fomentando singularismos
elitistas con fuertes dosis de esteticismo? (Cullen,
1999).

El liberalismo y el romanticismo no han respondido
completamente a estos interrogantes. Seguramente ninguna
definición general de una etiqueta exitosa pueda hacerlo.
Lo que debe ser el siguiente paso es no dejar de lado el estudio
de los mecanismos de "voz", la evaluación
de las críticas comunitaristas, las preguntas por las
posibilidades del diálogo y otras reflexiones relacionadas
con el ámbito público.

Ahora, una vez llegados hasta aquí, les
entregamos la invitación para una velada con un personaje
muy especial, síntesis particular del encanto
romántico y liberal.

El Romanticismo político de
Lord Byron: su liberalismo revolucionario

La gente bienpensante, los burgueses, los grandes
aristócratas, los generales, los obispos
y los pequeños clérigos envidiosos y gordos
—toda la gente que se siente cómoda en el
mundo—
lo odiaban y si pronunciaban su nombre era como una
blasfemia.
Luis Antonio de Villena (1999:
133).

Era un proscrito y al tiempo un
símbolo, el faro romántico de su
generación
en una Inglaterra apelmazada por el conservadurismo
y el sopor del oporto con el que todavía se festejaba la
victoria sobre Napoleón en Waterloo.
Fermín
Bocos (2003: 15).

Acotemos y precisemos lo máximo posible
anticipando que no es nuestra pretensión encasillar
— lo cual sería en vano— a Byron dentro del
liberalismo, ni enrolarle en esa corriente ideológica que,
si bien hemos señalado sus orígenes, tiene en
general multitud de matices y muy diversas interpretaciones
[4].

Byron, igual que otros autores en otros campos —
p. e. Nietzsche— es, como suele decirse, un pez
demasiado grande para atraparlo en una sola red. De hecho, la influencia
que ejerció sobre sus contemporáneos y, sobre todo,
en las generaciones posteriores hace que se hable incluso del
byronismo [5], como versión particular del mal
du siècle
que se extendió en forma de epidemia
romántica.

El objetivo que
nos hemos fijado pasa por exponer, esclarecer y valorar los
elementos biográficos e intelectuales
de Lord Byron que, de una u otra forma, puedan relacionarse con
lo que — en un sentido amplio— entendemos por
pensamiento liberal, lógicamente dentro del
contexto histórico al que necesariamente hemos de
remitirnos.

El propósito se torna más complicado
cuando, además, vemos que Byron aparece como un islote
independiente dentro las diferentes clasificaciones sobre el
movimiento romántico. Por un lado, la Literatura le considera un
poeta lo suficientemente importante como para constituir todo
él un epígrafe entero; en un nivel menos
especializado su nombre suele ir junto al de su amigo Percy
Shelley. Por otro lado, la Historia de las Ideas sencillamente le
ignora o le cita de pasada cuando se alude al romanticismo
político de raíz liberal y revolucionaria —
es frecuente, por ejemplo, encontrarse breves glosas al viaje
final del poeta a Grecia en
apoyo a los independentistas helenos.

El profesor
Fernando Prieto (1990), en su tomo sobre Romanticismo,
perteneciente a su ‘Historia de las Ideas y las Formas
Políticas’
, incluye en el índice sobre
Gran Bretaña a Coleridge [6], autor que, aunque
escribió obras sobre filosofía y teoría
política, conforma, junto con Byron (que nació
dieciséis años después), Wordsworth y el
citado Shelley, el cuarteto más significativo del
romanticismo literario inglés — que quizás
algún crítico convertiría en quinteto
incluyendo el nombre de John Keats.

Creemos que, aunque no tiene un pensamiento
sistemático o elaborado como otros autores, la figura de
Lord Byron es relevante para comprender ciertos aspectos de una
determinada etapa del siglo XIX. Huelga decir
que de ninguna manera intentamos construir un relato
hagiográfico sobre un personaje, ni tampoco hacer una
crónica de sus "grandes" gestas, pues es evidente que
ambas técnicas
han desaparecido, por fortuna, de los textos
historiográficos actuales. Pero sí opinamos que,
Byron reúne suficientes ingredientes para que, ese
arquetipo que él representa y que dentro del ámbito
literario nadie pone en duda, tenga una traducción válida en las ciencias
sociales, y más concretamente, en el campo de la
historia política y social.

El acontecimiento clave para el movimiento intelectual
que lideró la primera mitad del siglo XIX es, sin duda, la
Revolución
Francesa. Coleridge se encontraba en plena adolescencia,
por lo que el entusiasmo inicial se fue tornando, con el paso de
los años y el sangriento Terror jacobino, en profundo
desengaño y creciente reacción. Byron sin embargo
nació sólo un año antes de la
Revolución; esta segunda generación
romántica
tuvo, por tanto, una mayor perspectiva a la
hora de acoger y enjuiciar lo sucedido en Francia.

El entorno juvenil de Byron proviene de Cambrigde. De
esa prestigiosa Universidad salen
John Cam Hobhouse, Douglas Kinnaird, Scrope Davies, Francis
Hodgson, James Webster, gente en su mayoría de familias
acomodadas, destinados a desempeñar papeles relevantes en
la política, la economía y la
cultura,
siempre dentro del ala reformista y liberal. Con ellos
entabló Byron una amistad de
camaradería, duradera. Pero además el joven noble
va configurando un grupo
literario y poético cuyas ideas y versos atentan contra el
orden establecido y las buenas costumbres, atacan la
mojigatería de la época y ofenden a los
bienpensantes [7]. Muchos son los comentaristas que se han hecho
eco de las pugnas entre la "Escuela
satánica" y los " lakistas", que salpicó a
revistas literarias, teatros, salones y en general a todos los
círculos intelectuales británicos [8].

En 1809 ocupó el escaño en la
Cámara de los Lores que, por herencia, le
correspondía.

Ese mismo verano visitó Sevilla, que era la sede
del Gobierno y el cuartel general de la Guerra de la
Independencia. Estuvo en Cádiz y se sabe que, en
Algeciras, comió con el general Castaños, que un
año antes se había convertido en el primer militar
capaz de derrotar a un ejército de Napoleón
[9].

El 27 de Febrero de 1812 Byron pronunció su
más famoso discurso en la Cámara de los Lores
[10].

Luis Antonio de Villena (1995: 54) lo menciona
así en su novela
lírica sobre Byron:

"Eran los días de Childe Harold. La mejor
juventud
inglesa se sentía retratada en el poema. Las ansias de
huir, el apasionamiento por la vida, el desdén hacia los
clérigos y hacia el orden, la libertad no como entelequia,
sino como algo tangible. (…) Al parecer Byron había
dicho [en el discurso de febrero] que la pobreza era un
crimen. Y la explotación de los obreros también.
Inglaterra sería una nación
criminal mientras lo consistiera." En medio de una Revolución
Industrial desbocada, se produce el primer gran movimiento
contra las novedosas máquinas,
que empezaban a producir los primeros grandes contingentes de
parados. Es el movimiento de los "luddistas"; los obreros
incluyeron en su acción
colectiva un nuevo repertorio: la destrucción de las
máquinas.

La agitación tiene su momento cumbre en 1811. El
discurso de Byron es una defensa de esos "destructores de
máquinas".

Las llamas del conflicto no
se apagaron ahí. De hecho, en una carta de finales
de 1816, Byron — desde Venecia— le escribe a su amigo
Thomas Moore: "¿No te caen bien los luditas?
¡Válgame Dios, si hay alboroto contad conmigo!
¿Cómo siguen los tejedores, esos que destruyen los
telares, los luteranos de la política, los reformadores?"
(Mendoza, 1999: 63).

De esta época es su amistad con Leigh Hunt, poeta
y editor, personaje de ideas revolucionarias (por las que estuvo
dos años en prisión), nombre importante dentro de
eso que se ha llamado "Romanticismo Social" (Picard,
1947).

La amistad de Leigh Hunt y Lord Byron sufrió
diversos altibajos, y es obvio tenían talantes diferentes.
En otra carta a Thomas Moore, fechada en Venecia el 1 de junio de
1818, Byron comenta lo siguiente:

"Es [ Leigh Hunt] un buen hombre, con
algunos elementos poéticos en su caos, pero echado a
perder por el Christ-Church Hospital y un periódico
dominical, por no hablar de la cárcel de Surrey, que le
convenció de que era un mártir. (…) [En
respuesta a un poema
], le dije que lo consideraba buena
poesía en el fondo, desfigurada únicamente por un
extraño estilo. Su respuesta fue que su estilo era un
sistema o se
‘basaba en un sistema’, o una jerizonga por el
estilo; y cuando un hombre habla de sistema, es un caso sin
remedio." (Mendoza, 1999: 200 -2001).

Sigue la carta con
otras controversias sobre poesía, pero hemos
extraído este párrafo
porque nos parece relevante para reflejar el carácter de
Byron. Ese desprecio por el sistema, cualquiera que sea
éste, imposibilita su encasillamiento; nos obliga a poner
unas comillas muy grandes a la hora de ubicarle en el bando
liberal y revolucionario, en los cuales militaron personas
dispares pero, en su mayoría, con unas convicciones
profundas y bastante rígidas, como en el caso de Leigh
Hunt [11].

No es que Byron fuera de personalidad
caótica. Justo al contrario. Se imponía
férreas disciplinas: montaba a caballo muy temprano,
escribía todas las noches, llevó rigurosas dietas
para controlar su peso, etc. Todas sus biografías coinciden
en que era un hombre al que le fastidiaba alterar sus rutinas
— pese a que su vida fue todo menos rutinaria.

La explicación podemos hallarla en otra de sus
cartas,
ésta dirigida a su amigo John Cam Hobhouse, en 1819, en la
que dice:

"Estoy y siempre he estado a favor de la reforma
pero no de los reformistas" (Mendoza, 1999: 308-309). [12]
Lo afirma, entre otras cosas, en referencia a Sir Francis Burdett
(1770-1844), uno de los líderes de la Reforma Radical en
el Parlamento, una causa con la que simpatizaba el grupo de
Cambrigde de Byron, y por la que [Burdett] fue encarcelado en
varias ocasiones. No fueron Burdett y Hunt los únicos
radicales a los que Byron ayudó; en su último
discurso en la Cámara de los Lores apoyó la
petición de otro reformista relativa al derecho del pueblo
a apelar al Parlamento para reparar injusticias.

En todo caso, esos años de efervescencia radical
y reformista en una Inglaterra aún añeja y
conservadora, Byron — no lo olvidemos— los
vivió en Italia,
después de un breve periplo por Suiza.

Para Eduardo Mendoza (1999: 15), Lord Byron fue "un
decidido radical; detestaba la monarquía absoluta y nunca
ocultó sus simpatías por la Revolución
francesa y por Napoleón, cuya derrota deploró
públicamente, en un alarde de antipatriotismo que algunos
no le perdonaron jamás; creía que también en
Inglaterra hacía falta una revolución para acabar
con la injusticia y despotismo reinantes, defendió la
causa reformista y, en aquellos años convulsos y aunque
sentía aversión por los desmanes de la plebe, nunca
dejó de manifestar su apoyo a los oprimidos." Mantenemos,
sin embargo, nuestras reservas a la hora de catalogar a Byron en
el terreno político tan nítidamente como lo hace
Mendoza, máxime cuando éste nos describe su
carácter elitista, mucho más dado a compartir
velada en un lujoso salón con el elegante George Brummel o
la señora antinapoleónica Madame de Staël; que
ponerse en primera línea junto con cualquier líder
radical para reivindicar derechos. Vemos una muestra de su
talante aristocrático en su "desdén por toda
actividad remunerada" que "le llevó a rechazar las
sustanciosas liquidaciones derivadas de la
venta de sus
obras, que su editor insistía en pagarle (…), hasta que,
ya en el exilio, cambió radicalmente de actitud a este
respecto y cayó en el extremo contrario, para
desesperación de su editor" (1999: 17) Ya tenemos a Byron
en Italia. De nuevo aquí sería vano pretender
buscar argumentos para enrolar al poeta en el bando liberal.
Pero, de igual forma, sí vamos a hallar detalles y
elementos que lo van a emparentar con él. La
península transalpina era por entonces un mosaico de
territorios controlados por distintas potencias, nunca faltos de
confrontaciones políticas. Los espías papales se
interesan pronto por sus costumbres extravagantes y las personas
con las que se relaciona, que en realidad son de lo más
variado: prostitutas, curas, nobles, conspiradores, artistas,
banqueros y piratas.

En 1819 Byron se convirtió en el amante de Teresa
Gamba, esposa del enormemente adinerado conde Guiccioli, e hija
de Ruggero Gamba, perteneciente a una antigua familia
aristócrata de Rávena. Es así como entra en
conexión — sin pretenderlo— con los Gamba,
vinculados a la sociedad secreta de los carbonarios [13], que
aborrecían el absolutismo y
defendían la causa liberal — por entonces muy ligada
al nacionalismo y
al independentismo.

Aunque cooperó con ellos, resulta dudoso que
Byron llegara a ser miembro, a la vista de su personalidad
independiente, díscola y poco dada a rituales sacros. A
este respecto, Hobhouse escribió lo siguiente:

"Byron tells me that the ceremonies of the Carbonari are
absurd, but that their objects are pure." [14] Villena (1995:
203) dice:

"La familia
Gamba se había entregado por entero a la revolución
de los carbonarios. La Santa Sede y los austriacos los
consideraron enemigos y decidieron (parece que prudentemente)
quitárselos de encima. Los exiliaron a Florencia y
después a Génova, sin dejar de vigilarlos." Mendoza
(1999: 24) nos informa, sin embargo, que fueron desterrados
primero a Pisa, adonde los siguió Byron. Sea como fuere,
el poeta estuvo anteriormente una temporada en Rávena y
allí "colaboró activamente con los grupos revol
ucionarios que preparaban la insurrección contra la
dominación austriaca" (Ibíd.) Lo importante es
señalar que probablemente a Byron no le preocupaban
demasiado las conspiraciones y las insurrecciones, pues por
encima de todo esto seguía a Teresa.

Todas las biografías coinciden en subrayar que,
desde 1819 hasta 1823 — año en que zarpa para
Grecia— , la ruta de Byron por Italia es la que las
circunstancias de Teresa Gamba, ya divorciada del conde
Guiccioli, marcaban.

Nos restan dos partes que esbozar: el sueño
americano de Byron y su capítulo final en
Grecia.

Parece claro que el ideal heroico representado en
Napoleón, Byron lo había trasladado,
paulatinamente, a la figura de los libertadores de América. El sur de América
emergía, por aquella época y en especial para el
movimiento romántico, como símbolo de la libertad
que rompe cadenas, el supuesto paraíso terrenal que
abría sus puertas a los intrépidos.

En sus cartas, son relativamente frecuentes las
alusiones a ese hipotético viaje a América. Algunos
hablan incluso de Venezuela, ya
que Byron admiraba a Simón Bolívar
como ejemplo de heroísmo independentista. Puede
encontrarse más de una referencia a que el barco que
llevó a Byron a Grecia se llamaba Bolívar,
pero es inexacto; esto ocurrió a bordo del
bergantín Hércules. Es cierto que el poeta
se hizo construir un gran yate con cañones y al que
bautizó con el nombre de Bolívar, pero
ordenó desguazarlo al poco tiempo, porque "le
parecía inútil" (Villena, 207).

El sueño americano de Byron se diluye cuando
comienza a implicarse en una de las contiendas de los Gamba: el
apoyo a los griegos que luchaban por la independencia de su
país. Pietro Gamba, hermano de Teresa, le habló de
los patriotas helenos y de su causa. No hicieron falta muchos
esfuerzos para convencerle. Byron tenía delante de
sí el ideal romántico que siempre había
buscado y no lo iba a desaprovechar.

La situación política en Europa era el
resultado del Congreso de Viena de 1815. "El ministro austriaco
Metternich, el zar Alejandro y el inglés Castlereagh
habían restaurado el orden del Antiguo Régimen: la
dictadura
social y moral
efímeramente defenestrada un cuarto de siglo atrás
por la Revolución Francesa con ayuda de la guillotina."
(Bocos, 2003: 17).

En ese contexto, donde la reacción copaba de
nuevo el poder y en el que toda oposición, cualquiera que
fuera su origen — obrera, liberal, independentista,
etc.— pasaba de inmediato a la ilegalidad y la
clandestinidad, Byron decide apostar por una causa con
mínimas posibilidades de éxito.

Se echó a la mar en junio de 1823, repleto de
fama, dinero y deseo
de obtener una muerte
heroica. Todos los comentaristas señalan que, en realidad,
Byron no hizo nada de lo que esperaba en Grecia.

"Esperaba una guerra homérica; o
napoleónica, por lo menos. Encontró es caramuzas,
guerrilleros y continuas disputas entre machos ociosos."
(Villena, 1999: 222) Hay un libro
reciente, en castellano, que
trata la estancia del poeta en Grecia. Se llama ‘La
venganza de Byron’;
su autor, Fermín Bocos,
bosqueja de forma magistral aquella Europa, y revela, en clave de
novela, los aspectos más sustanciales y clarificadores de
sus últimos meses hasta que, el 19 de abril de 1824, con
36 años de edad, murió a causa de unas
extrañas fiebres.

Los ecos de su muerte sirvieron para que Londres
modificara su política exterior, de neutralidad en el
conflicto entre griegos y turcos, y apoyara decididamente la
independencia griega. Tres años más tarde la flota
turca fue aniquilada por otra formada por británicos,
rusos y franceses. Y en septiembre de 1829 el Imperio Otomano
reconoce la independencia de Grecia.

Sociológicamente, Byron — su muerte, sobre
todo— supone un fenómeno totalmente moderno, que es
el de la opinión pública como fuerza
colectiva capaz de cambiar el signo de las decisiones de un
régimen político.

Su liberalismo, en el fondo, no es tan sui
generis
como estamos dando a entender. Lo es en tanto en
cuanto carece de una sistematización o una retaguardia
teórica manifiesta, pero sí contiene los tres
elementos fundamentales y definitorios que van a estar presentes
en las oleadas revolucionarias que sacudirán Europa en la
segunda mitad del siglo XIX.

Esos elementos o líneas básicas
son:

— Antiabsolutismo: rechazo total a que las
monarquías jueguen un papel central en las decisiones
políticas y de gobierno; posición que (no sin
luchas) se irá imponiendo poco a poco en las diferentes
constituciones que los Estados elaboran y actualizan.

— Reformismo: reconocimiento de derechos civiles,
políticos y sociales, que permitan atender las demandas
ineludibles que la nueva sociedad industrial va generando, aunque
ello suponga menoscabar privilegios y esquemas tradicionales
jamás cuestionados antes de la Revolución
Francesa.

— Apoyo a los movimientos de liberación
nacional: a causa del declive de los grandes imperios, surgen con
mucha fuerza insurrecciones patrióticas que, por un lado,
pretenden expulsar a los opresores extranjeros, y por otro, hacer
crecer incipientes identidades nacionales [15].

Esos tres componentes, que en las dos primeras
décadas del siglo XIX emergieron por separado y no fueron
necesariamente compatibles entre sí, George Gordon Byron
es probablemente, y a nuestro juicio, el primero en aglutinarlos.
Lo que en él se agrupa de manera inconsistente y
heterodoxa es lo que años después, con cada vez
menos tics románticos, compondrá las — por
así decirlo— líneas programáticas del
movimiento liberal en las posteriores oleadas revolucionarias que
acabarán finiquitando por completo — o eso
creíamos— el Antiguo Régimen.

NOTAS

[1]: Por citar algunos de estos protagonistas: J. G.
Hamann (1730-1788), J. G. Herder (1744-1803), F. Schiller
(1759-1805), F. Novalis (1772-1801), W. Blake (1757-1827), W.
Wordsworth (1770-1850).

[2]: Debemos tener en cuenta, no obstante, que esta
potenciación de la individualidad y la diferencia se
relaciona no sólo con la estética romántica sino
también, y de manera más estructural, con las
apologías de la división del trabajo y el
librecambismo que ya a finales del siglo XVIII eran cosa
corriente entre los ideólogos de la burguesía.
La Riqueza de las Naciones’, de Adam Smith,
publicada en 1776, supone el clímax de esta producción intelectual que sienta las bases
de la economía prácticamente hasta nuestros
días.

[3]: Parece obligado mencionar el capítulo V del
Ensayo sobre el Gobierno Civil’, donde Locke
expone su defensa de la propiedad
privada.

[4]: En la actualidad, el punto de encuentro de todos
los liberales hispanohablantes — al menos así es
como se autodenomina el site— , y donde en un nivel
introductorio podemos repasar los puntos básicos del
pensamiento liberal, es: [
].

Al hilo de lo que comentamos sobre las interpretaciones,
nos resulta un poco sorprendente que esta web incluya a los
políticos ultraconservadores Margaret Thatcher y Ronald
Reagan en la nómina
de liberales.

[5]: El héroe de su obra Childe Harold
"fue el primer ejemplo de lo que llegaría a conocerse como
el héroe byroniano: un joven de emociones
tormentosas que rechaza la humanidad y vaga por la vida bajo el
peso de un sentimiento de culpa causado por misteriosos pecados
del pasado" [ http://www.epdlp.com/byron.html
].

[6]: Algo sobre Coleridge: [ http://www.temakel.com/litcoleridgecmarino.htm
].

[7]: Según algunos, el término "satanismo" se
utiliza por primera vez para aludir a Lord Byron [
http://www.scb-icf.net/nodus/007Felicidad.htm
].

[8]: Para un esbozo de los conflictos literarios y
editoriales entre los diferentes bandos intelectuales de los
cenáculos románticos, véase: Ledesma,
Jerónimo: Thomas De Quincey y su ubicación en el
canon del romanticismo inglés,
Universidad Nacional de
20 La Plata, Buenos Aires,
Comunicación presentada al V Congreso
Internacional Orbis Tertius, 2003, disponible en: [
http://163.10.30.3/congresos/orbis/
].

[9]: No hemos encontrado fuentes que,
de primera mano, nos informen de lo que Byron opinaba sobre la
Constitución de Cádiz, de 1812. Pensamos, no
obstante, que su parecer debió concordar bastante con las
tesis de
Jeremy Bentham, que expresó críticas a dicha
Constitución pero también reconoció sus
aspectos positivos. Más detalles en: [
http://constitucion.rediris.es/fundamentos/segundo/constitucion1812-3.html

].

Un lugar donde hacerse una idea, bastante básica,
sobre las relaciones entre romanticismo y liberalismo en el
contexto español de
la primera mitad del siglo XIX: [
http://www.gmu.edu/departments/fld/SPANISH/461/romant.htm

].

Algo más sobre romanticismo y liberalismo en
España, en la red: [ http://www.ale.uji.es/romesp.htm
].

[10]: Texto original
del discurso: [ http://212.158.3.83/pdf_files/speeches.pdf
].

[11]: La opinión que ofreció de Leigh
Hunt, en 1818, no le impidió cuatro años más
tarde — en Pisa— fundar con él y con Shelley,
la revista The
Liberal.
Evidentemente el nombre es significativo para el
objeto del presente artículo. La historia, sin embargo,
fue breve, ya que ese mismo año murió Shelley, y al
poco los dos amigos se pelearon de nuevo, poniendo fin a una
revista que sólo llegó a publicar tres
números.

[12]: Leyendo su tragedia Sardanápalo, hemos
encontrado una frase equivalente, que Byron pone en boca de uno
de sus personajes: "No dudo yo de la victoria; pero…

dudo del vencedor." Sardanápalo,
traducción de José Alcalá Galiano en 1886,
edición
de 2001, Libsa, Madrid, p.
64.

21 [13]: Organización política secreta que
surge como una derivación masónica en el sur de
Italia. Su nombre proviene de los carbonari (carboneros), pues
empleaban los símbolos de este oficio. Durante la
Restauración (1815) se transformó en movimiento
liberal opuesto a los Borbones y los Austrias; impulsó la
revolución de Nápoles de 1820 y el levantamiento
del Piamonte en 1821. Gran parte de sus miembros se integraron en
el movimiento de la Joven Italia de Giuseppe Manzini de
1831.

[14]: Diario de Hobhouse, 15 de septiembre de 1822. El
diario de este íntimo amigo de Byron es indispensable para
cualquiera que pretenda acercarse a la vida del poeta.

Puede consultarse en: [ http://hobby-o.com/
].

En cuanto a la pertenencia efectiva de Byron a la
sociedad secreta de los carbonarios, no podemos ser concluyentes,
pues las fuentes y los documentos acerca
de estas cuestiones suelen estar recubiertas de bastante
opacidad. La particular personalidad del poeta no es prueba
suficiente de nada; véase por ejemplo el caso de Voltaire
— personaje que Byron admiraba enormemente— , que
sí formó parte de la francmasonería; hay
constancia de ello al menos en la última parte de su
vida.

[15]: Es significativo que por aquella época el
nacionalismo independentista — que en la actualidad ocupa
un lugar preferente en las agendas políticas y de los
medios masivos
de comunicación, casi siempre bajo connotaciones
negativas— fuera un movimiento de carácter
progresista, de raíz ilustrada y
democrática.

Conviene recordar que, en 1864, la Iglesia
católica publica el Syllabus Errorum, una lista de los
principales "errores" del mundo moderno. Entre ellos están
el liberalismo y el nacionalismo, amén de la libertad de
prensa y otros
anatemas con los que Byron, en vida, tuvo que lidiar — de
hecho, en 1819 publica anónimamente las dos primeras
partes de su Don Juan.

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Barcelona, Editorial Belacqva.

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su historia,
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, Tomo II, Argentina, R.E.I.

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Barcelona, Planeta.

Walzer, Michael (1996): La crítica
comunitarista del liberalismo’, México,
Ágora, No. 4.

Gabriel Costantino y Luis Gómez
Encinas

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